[Crónica] La séptima Carrera de los Remedios
Texto: María Quinn
Fotos:María Elisabet Ramírez
Al sonido del disparo empiezan a correr
por el agua y por la vida. Hay una carrera de dos kilómetros, otra de cinco y
una más de diez. En un pueblo que medirá unas ocho cuadras de largo. En
Temacapulín, en los Altos de Jalisco, la lucha por la mera existencia del
pueblo sigue.
Hace nueve años llegaron a decirles, no
eran autoridades, en el pueblo que se iba a construir una presa y los iban a
inundar. Así, sin más. Sin consulta, sin evaluación a los daños ambientales. Cultivadores
de chile, albañiles, mujeres y personas mayores que vivían de lo que mandaban
sus hijos desde Estados Unidos tuvieron que convertirse en expertos en cuencas
hidrológicas, conocedores de métodos de obtención de energía y expertos en
derecho ambiental. A ellos nadie los iba a inundar, su pueblo era el centro de
sus relaciones sociales.
El gobierno ofreció reubicarlos a un
lugar cercano de nombre Talicoyunque. Ahí no crece el chile, ni se puede subir
al cerro a cosechar nopales cuando las cosas van mal. Algunos vendieron sus
propiedades, los menos. La mayoría cuelga lonas afuera de sus casas, indicando
a todo el que pase que de ahí no se salen.
El 23 y 24 de agosto de 2014 ocurrieron la 5ta Feria del Chile y la 7ma Carrera de los Remedios en Defensa del Valor Histórico y Cultural de Temacapulín. A las carreras con más afluencia, la de cinco y la de diez kilómetros, se inscribieron cerca de 190 personas. Corrieron en dirección a Palmarejo, otro de los pueblos que se inundaría en caso de que la presa se construyera.
En la primera carrera, celebrada después
de la Feria del Chile y donde corrieron mayoritariamente niños, había que subir
el Cerro de la Cruz, bajar y subir el cerro donde está el cementerio viejo. Un
hombre con unos dientes de menos y ojos cansados apunta a un niño que no deja de
moverse en la primera fila y comenta que ése es ‘su gallo’, el de la camiseta
gris con el número 28. Todos llevan
hojas de papel con su número de registro prendida de la camiseta con alfileres.
Ganó el Padre Gabriel, quien correrá al
día siguiente los diez kilómetros. Es para él una especie de calentamiento. El
segundo lugar fue para Chuy, el hijo de Doña Juanita y Don Poncho, quienes
tienen un mesón a un costado de la plaza. Lo reciben con aplausos y gritos y
Doña Juanita dice que lo chingón lo sacó de ella.
Para la carrera principal, a las nueve de
la mañana del domingo, el Padre Gabriel alienta a los demás competidores.
Explica que es una carrera con causa. Se escucha el soundtrack de la película
de Rocky. Algunos de los atletas tienen calentando desde las siete. Hay neblina
en el cerro. En la primera fila hay un hombre con el pelo gris tirándole a
blanco, con surcos alrededor de los ojos y las piernas flacas. No deja de
moverse en su lugar. Otro hombre tiene los ojos cerrados y las manos juntas
enfrente de la cara. Cuando los abre, se persigna y manda un beso al cielo. Hay
un muchacho más joven, en la tercera fila, que saca su celular y se toma una
‘selfie’ antes de empezar.
El Padre Gabriel le pasa el micrófono a
Abigail, la presidenta del Comité Salvemos Temaca, Acasico y Palmarejo, y se
incorpora a la masa de competidores. La multitud corea ‘¡Temaca vive, la lucha
sigue!’. Ella da el disparo de salida, se escuchan porras y las últimas
palabras de aliento de las familias a sus concursantes.
Desde temprano algunas personas apartaron sus lugares en la calle Hidalgo, de donde salen los corredores. Algunas personas mayores traen rebozos, tapabocas y bastones. Un anciano está sentado al lado de su puerta, con la andadera enfrente y una cobija sobre las piernas. Voltea hacia el arco inflable de Electrolit, no despega la mirada. Al poco rato llegan los primeros que sólo corrieron cinco kilómetros. Los que estaban desayunando en el Mesón de Mamá Tachita salen corriendo a apoyarlos en los últimos metros. Chuy no tarda en llegar, estuvo entre los primeros diez. Les toman fotos y les gritan palabras de aliento. Luego vuelven a su desayuno. La operación se repite cuando llegan los primeros de los diez kilómetros.
Cruza la meta una pareja mayor tomados de
la mano. Después viene una señora con el pelo completamente blanco, respirado
dificultosamente, pero sin dejar de correr. Pasa una mujer con un muchacho y un
señor de cada lado, éstos con sus medallas. Regresaron para acompañarla en el
último tramo. En la carrera nadie se rinde.
En Temaca, ni se rinden ni se cansan.
Finalmente, este pueblo sigue al pie del
cañón nueve años después de que empezaron una lucha. En cada ocasión posible,
gritan ‘¡Ríos para la vida, no para la muerte!’. Un pueblo desencantado con las
autoridades municipales, estatales y federales. Un pueblo que encontró una
manera más de defenderse de la injusticia y los intereses económicos de unos
cuantos: el deporte solidario.
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